LA ELECTRIFICACIÓN LATINOAMREICANA

 LA ELECTRIFICACIÓN LATINOAMREICANA


La llegada de la electricidad a América Latina fue un fenómeno temprano y a su vez fue lento y con dificultades.

Son muchas las imágenes y noticias que muestran cómo la electricidad llegaba a la industria y los transportes desde las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, fue a partir de 1940 cuando la electricidad empezó a formar parte en la vida de las sociedades latinoamericanas, siendo América el motor principal de la electrificación. Así pues, los estados latinoamericanos comenzaron a invertir en el desarrollo de la actividad eléctrica estimulando la industrialización. 

 

Antes de que el Estado asumiera un rol empresario, la electrificación quedó al margen de la iniciativa privada en la mayor parte de los países de la región.

 

En otros países de la región, esta etapa enfrentó varias dificultades, derivadas sobretodo de la competencia entre las empresas eléctricas de monopolio natural. En Estados Unidos, la competencia entre las empresas eléctricas causó una serie de conflictos que impidieron el crecimiento de la industria eléctrica. Fue en 1907 cuando el Estado reguló la actividad, otorgando concesiones para monopolios regulados. 

 

Desde entonces, una buena industrialización requería de una oferta eléctrica adecuada. Para ello, los Estados planificaron e invirtieron para poder generar, transmitir y distribuir electricidad, permitiendo así la modernización de esta industria, suponiendo un aumento del consumo eléctrico en el sector.

 

Asimismo, junto con el avance de la electrificación de la industria, tuvieron lugar la urbanización, transición demográfica y el incremento del ingreso, elevando la demanda de servicios que requieren energía, como los electrodomésticos, iluminación de hogares...  Lo cual implica el uso de bombillas y otros elementos indicadores del incremento en la calidad de vida de los estados latinoamericanos. 

 

Este proceso de “residencialización” del consumo eléctrico, empleando el concepto acuñado por Bertoni (2011) para el Uruguay, fue un fenómeno generalizado en América Latina, particularmente desde 1985 en adelante. Sin embargo, poco se ha avanzado en comprender el impacto que la electrificación pudo tener en la calidad de vida de la población latinoamericana. En esta materia solo hay avances para el Uruguay, de la mano del trabajo de Bertoni et al. (2008). Además, desde una perspectiva regional, pero con un marco temporal que aborda solo la última década, Banal-Estañol et al. (2017). Sin embargo, para el resto de la región y en el largo plazo, esta relación permanece aún lejos de darnos respuestas satisfactorias.

Los efectos de la electrificación se notaron a fines de la década de 1960, cuando la diferencia que tenían con los países ricos comenzó a reducirse drásticamente. De hecho, a mediados del siglo XX, el consumo eléctrico latinoamericano superaba incluso al de varios países ricos.  Así, el ranking en 1960 es el siguiente:

 

España consumía 495 kWh/hab

Portugal 320 kWh/hab

Grecia 242 kWh/hab

Chile era de 542 kWh/hab

Venezuela de 540 kWh/hab

Argentina de 432 kWh/hab

Uruguay de 402 kWh/hab

En 2014, la cosa cambió; los países ricos consumían más de 4.500 kWh/hab.

 

En suma, esto ha llegado a niveles preocupante, pues el incremento de la termoelectricidad en latinoamericana es peligroso si consideramos los nuevos desafíos medioambientales que enfrenta la humanidad. En tal caso, el incremento del uso de energías fósiles para la generación eléctrica es perjudicial, pues incrementaría  la temperatura promedia de la troposfera. 


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